domingo, 15 de junio de 2008

Número de alumnos que estudian religión en España

COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS


De nuevo, como cada año escolar, la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis manifiesta su público agradecimiento a los padres de los alumnos en edad escolar por la opción libre que han realizado a favor de la enseñanza de la religión y moral católica para sus hijos, ejerciendo así el derecho fundamental a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que responda a sus convicciones.

Los datos que aquí se presentan han sido recabados por cada una de las diócesis de la Iglesia en España, según información aportada por la dirección de cada uno de los colegios.

El tanto por ciento de alumnos que asisten a la clase de religión en el curso actual es del 75.7%. A su vez, según información del Ministerio de Educación y Ciencia, el número de alumnos en educación no universitaria en este curso, asciende a 7.205.890. Con ambos datos deducimos que el número de alumnos que asisten a la clase de religión y moral católica es, 5.454.859. Con relación al curso pasado el porcentaje de alumnos ha bajado el 1.3%.

Como en años anteriores son mayoría los padres que han elegido la enseñanza de la religión católica para sus hijos, especialmente en las etapas de Ed. Infantil y Primaria donde ellos mismos ejercen su derecho a la formación religiosa y moral. Por etapas, en Educación Infantil asisten el 84.9%, en Educación Primaria asisten el 84.1%, en Ed. Secundaria, el 63% y en Bachillerato el 48.9%.

Es conocido por todos que los propios alumnos de Ed. Secundaria y Bachillerato son quienes, en general, optan personalmente por el tipo de formación religiosa y moral católica. Sin embargo en Ed. Infantil y Ed. Primaria son los padres quienes eligen para sus hijos el tipo de formación religiosa.

A su vez, el hecho de que a los adolescentes y jóvenes, a la hora de elegir una asignatura confesional, se les ofrezca como alternativa unas opciones desiguales en cuanto a contenido y evaluación, determinan y explican las diferencias que se pueden observar en cada una de las etapas mencionadas.

Ambas situaciones, tanto los padres que en un 84.9% eligen religión católica para sus hijos en Ed. Infantil y el 84.1% en Ed. Primaria, como los alumnos que en situaciones verdaderamente discriminatorias eligen el 63% en la Ed. Secundaria, merecen nuestro reconocimiento y aliento pues su opción supone una valoración muy positiva de la formación religiosa y moral católica, imprescindible para su formación integral.

En los cursos implantados este año, según la nueva normativa surgida de la LOE, además de las distintas religiones por las que se puede optar, los alumnos pueden escoger el conocimiento del hecho religioso, no confesional. A la hora de elegir, según nuestros datos, un número de alumnos cercano al 35% han escogido, en Educación Secundaria y Bachillerato, la llamada “atención educativa”, sin contenido ni evaluación alguna, es decir, la justificación para que los alumnos tengan repaso, estudio, recreo, e incluso, nada. Esta es la razón que más explica y prueba las diferencias marcadas entre la enseñanza religiosa católica en Ed. Primaria y la enseñanza religiosa católica en Secundaria y Bachillerato.

Madrid, 25 de febrero de 2008

Número de alumnos que estudian religión en España

COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS


De nuevo, como cada año escolar, la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis manifiesta su público agradecimiento a los padres de los alumnos en edad escolar por la opción libre que han realizado a favor de la enseñanza de la religión y moral católica para sus hijos, ejerciendo así el derecho fundamental a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que responda a sus convicciones.

Los datos que aquí se presentan han sido recabados por cada una de las diócesis de la Iglesia en España, según información aportada por la dirección de cada uno de los colegios.

El tanto por ciento de alumnos que asisten a la clase de religión en el curso actual es del 75.7%. A su vez, según información del Ministerio de Educación y Ciencia, el número de alumnos en educación no universitaria en este curso, asciende a 7.205.890. Con ambos datos deducimos que el número de alumnos que asisten a la clase de religión y moral católica es, 5.454.859. Con relación al curso pasado el porcentaje de alumnos ha bajado el 1.3%.

Como en años anteriores son mayoría los padres que han elegido la enseñanza de la religión católica para sus hijos, especialmente en las etapas de Ed. Infantil y Primaria donde ellos mismos ejercen su derecho a la formación religiosa y moral. Por etapas, en Educación Infantil asisten el 84.9%, en Educación Primaria asisten el 84.1%, en Ed. Secundaria, el 63% y en Bachillerato el 48.9%.

Es conocido por todos que los propios alumnos de Ed. Secundaria y Bachillerato son quienes, en general, optan personalmente por el tipo de formación religiosa y moral católica. Sin embargo en Ed. Infantil y Ed. Primaria son los padres quienes eligen para sus hijos el tipo de formación religiosa.

A su vez, el hecho de que a los adolescentes y jóvenes, a la hora de elegir una asignatura confesional, se les ofrezca como alternativa unas opciones desiguales en cuanto a contenido y evaluación, determinan y explican las diferencias que se pueden observar en cada una de las etapas mencionadas.

Ambas situaciones, tanto los padres que en un 84.9% eligen religión católica para sus hijos en Ed. Infantil y el 84.1% en Ed. Primaria, como los alumnos que en situaciones verdaderamente discriminatorias eligen el 63% en la Ed. Secundaria, merecen nuestro reconocimiento y aliento pues su opción supone una valoración muy positiva de la formación religiosa y moral católica, imprescindible para su formación integral.

En los cursos implantados este año, según la nueva normativa surgida de la LOE, además de las distintas religiones por las que se puede optar, los alumnos pueden escoger el conocimiento del hecho religioso, no confesional. A la hora de elegir, según nuestros datos, un número de alumnos cercano al 35% han escogido, en Educación Secundaria y Bachillerato, la llamada “atención educativa”, sin contenido ni evaluación alguna, es decir, la justificación para que los alumnos tengan repaso, estudio, recreo, e incluso, nada. Esta es la razón que más explica y prueba las diferencias marcadas entre la enseñanza religiosa católica en Ed. Primaria y la enseñanza religiosa católica en Secundaria y Bachillerato.

Madrid, 25 de febrero de 2008

CIFRAS DE LOS CATÓLICOS EN EL MUNDO

NUEVA EDICION DEL ANUARIO ESTADISTICO DE LA IGLESIA.


CIUDAD DEL VATICANO, 27 MAY 2008 (VIS).- La Librería Editora Vaticana acaba de publicar una nueva edición del Anuario Estadístico de la Iglesia, en el que se recogen datos sobre los principales aspectos relativos a la acción de la Iglesia católica en los diferentes países en el período 2000-2006.

A lo largo de estos siete años, la presencia de católicos en el mundo se mantiene estable, en torno al 17,3% de la población mundial. A pesar de que Europa cuenta con el 25% de la comunidad católica mundial, su crecimiento es inferior al 1%. En América y en Oceanía los fieles bautizados crecen respectivamente un 8,4% y un 7,6%. Sin embargo, el continente asiático se mantiene estable en 2006 en cuanto a proporción de fieles con respecto al total de la población. En África, con un crecimiento dos veces superior al de los países asiáticos, el número de bautizados pasa de 130 millones en 2000 a 158,3 millones en 2006.

Por lo que respecta al número de obispos en el mundo, se ha pasado de 4.541 en 2000 a 4.898 en 2006, con un aumento del 7,86%.

La población sacerdotal, tanto diocesana como religiosa, muestra un ligero crecimiento a lo largo de estos siete años (con un aumento del 0,51% a nivel mundial), pasando de 405.178 en 2000 a 407.262 en 2006. Si en África y Asia aumentan (respectivamente un 23,24% y un 17,71%), América se mantiene estable, mientras Europa y Oceanía disminuyen un 5,75% y un 4,37%.

Los sacerdotes diocesanos aumentan un 2%, pasando de 265.781 en 2000 a 271.091 en 2006. Por contraste, los sacerdotes religiosos se hallan en constante disminución (-2,31%), llegando a ser 136.000 en 2006. Los sacerdotes disminuyen claramente solo en Europa: si en 2000 representaban más del 51% del total mundial, en 2006 decrecen al 48%. Sin embargo, Asia y África juntas suponían en 2006 el 21% del total, mientras en 2000 el porcentaje era del 17,5%. América se mantiene alrededor del 30% del total y Oceanía representa poco más del 1%.

En cuanto a los religiosos no sacerdotes, si en 2000 eran 55.057, en 2006 alcanzan la cifra de 55.107. Comparando los datos por continentes, en Europa se percibe una neta disminución (-12,01%) y en Oceanía (-16,83%), manteniéndose establemente en América y aumentando en Asia (+30,63%) y en África (+8,13).

Las religiosas son casi el doble que los sacerdotes y 14 veces los religiosos, pero actualmente están disminuyendo. Han pasado de 800.000 en 2000 a 750.000 en 2006. En cuanto a su distribución geográfica, el 42% reside en Europa, el 28,03% en América y el 20% en Asia. En términos generales, las religiosas han aumentado en los continentes más dinámicos, África (+15,45%) y Asia (+12,78%).

El Anuario Estadístico de la Iglesia también recoge la evolución del número de estudiantes de filosofía y de teología en los seminarios diocesanos y religiosos. A nivel global han aumentado, pasando de 110.583 en 2000 a más de 115.000 en 2006, con un incremento del 4,43%. Mientras en África y en Asia los candidatos al sacerdocio han evolucionado positivamente, en Europa se percibe una reducción del 16%.

.../ANUARIO ESTADISTICO 2006/LEV VIS 080527 (530)

Antitópicos

No son pocos los católicos que se sienten confusos ante el bombardeo de tantos tópicos laicistas y/o anticlericales que estamos recibiendo. ¿Qué deberíamos hacer los obispos en esta situación? Si hablamos…, algunos dirán que estamos polemizando innecesariamente o que estamos “entrando al trapo”. Si callamos…, otros concluirán que “quien calla otorga” o simplemente, que la Iglesia no es capaz de dar respuesta a las acusaciones que se le hacen. Aun sabiendo que mis palabras serán objeto de interpretaciones encontradas, me dispongo a dar unas breves respuestas a algunos de los tópicos anticlericales más en uso:

1. “La Iglesia no sabe vivir en democracia”

Lo cierto es que, la Iglesia Católica tuvo un papel histórico muy importante en la transición española, y es de sobra conocido que su aportación fue esencial para la reconciliación de las dos Españas. La integración de la Iglesia en el marco democrático no fue nada complicada, y su labor a lo largo de todos estos años ha sido subsidiaria del derecho que la Constitución reconoce a las familias para educar a los hijos conforme a sus valores religiosos y morales.

En este contesto histórico, la Iglesia no aspiró a un marco político confesional, ni ha pretendido imponer la fe a nadie, sino simplemente proponérsela a los que así lo soliciten. ¿Es mucho pedir por nuestra parte que las autoridades políticas tampoco impongan obligatoriamente sus ideologías a las nuevas generaciones, sino que respeten el derecho de los padres a elegir libremente? ¿Es antidemocrático el proceder y el posicionamiento de la Iglesia?

2. “La Iglesia se mete en política”

El hecho de que un obispo escriba una carta del tenor de la presente, ¿supone una intromisión indebida de la Iglesia en la política? ¿O no debería ser interpretada, más bien, como una contribución más en esta sociedad, en pro del bien común y de la madurez del sistema democrático? No olvidemos aquella frase profética de Juan Pablo II: “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto”.

3. “La religión tiene que ser expulsada de la escuela pública”

El movimiento a favor de la expulsión de la clase de religión del horario lectivo en la escuela pública, olvida que, estrictamente hablando, España no es un estado laico, sino aconfesional. La aconfesionalidad supone que ninguna religión sea discriminada con respecto a las otras, sino en función de la demanda de los ciudadanos. Por ejemplo, los padres musulmanes que quieren que sus hijos reciban religión en la escuela, tienen perfecto derecho a ello, si se reúnen el número mínimo de alumnos.

Quienes piden la expulsión de la religión de la escuela, no sólo están excluyendo a sus hijos de esta asignatura, sino que también aspiran a impedir que otros padres puedan elegir libremente esta opción.

4. “Estatuto abusivo de los profesores de religión”

Algunos critican que sea la Iglesia Católica la que tenga la facultad de dar el “visto bueno” a los profesores de Religión Católica en las escuelas públicas; así como que éstos reciban su sueldo de la Administración, como los demás profesores.

Pero, en el fondo, estas críticas tienen su origen en la resistencia a asumir todas las consecuencias que se derivan 27.3 de nuestra Constitución: “Los poderes políticos garantizan el derecho de los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones morales”. El profesor de religión recibe la capacitación de la Iglesia, no en virtud de ningún privilegio eclesiástico, sino por el derecho de los padres a que su hijo sea formado según sus valores católicos. De lo contrario, ¿quién iba a formar adecuadamente a los profesores de religión, conforme a la sensibilidad demandada por los padres? Y respecto a la dificultad en admitir que quienes imparten religión católica formen parte de la plantilla del profesorado, ¿acaso los padres católicos no pagan sus impuestos exactamente igual que quienes eligen para sus hijos las asignaturas alternativas a la religión?

5. “La Iglesia vive a costa del dinero público”

¿Es cierta esa imagen que se transmite de que la Iglesia en España vive a costa del estado español? Algunos se han tomado la paciencia de hacer cálculos sobre el ahorro que supone anualmente para el Estado Español la vida de la Iglesia:

Si el Estado tuviera que hacerse cargo del coste del millón de alumnos de la Escuela Católica -atendidos en 5.141 centros de enseñanza-, además de asumir el cuidado de los enfermos de los 107 hospitales católicos, añadiendo los 1.004 centros de acogida, ambulatorios, dispensarios y asilos, 365 centros de reeducación social y 937 orfanatos; si tuviera que dar cobertura a los más de dos millones de personas que son atendidas por Cáritas y Manos Unidas… entonces podríamos calcular que tendría que desembolsar 36.000 millones de euros al año. Más aún, renunciamos a añadir otros cálculos, difícilmente cuantificables, como es el caso del movimiento turístico generado gracias al patrimonio de la Iglesia y a sus manifestaciones religiosas, etc. Sin embargo, resulta bastante sorprendente que con estos datos contrastables, la imagen que trasciende a la opinión pública sea la de un parásito social que vive del cuento. No tenemos otro remedio: Frente a los tópicos, paciencia y razones.

Monseñor Jose Ignacio Munilla

Obispo de Palencia

“El Norte de Castilla”

En verano ¿dónde puedo llevar a mis hijos?

¿DONDE LLEVO A MIS NIÑOS ESTE VERANO?


Cuando escucho hablar de la asignatura tan publicitada para la ciudadanía, yo me acuerdo de los campamentos de Acción Católica de Cuenca, en plena sierra de esta bonita provincia.

Y es que lo que se está intentando desde algunos grupos de presión minoritarios, pero poderosos, gracias a los medios de comunicación afines, es adoctrinar en el vacío, crear un mundo sin el verdadero Dios, Dios creador, Dios padre, Dios amigo. En cambio nos intentan inculcar ya desde los 6 años en adelante que Sí que hay un Dios, al que todos debemos de adorar, la Ley, y ésta como único referente de valores, lo que no nos dicen es que la ley que aprueban todos estos, se compra con dinero o cargos de poder, que muchas leyes no se basan en la verdad o la justicia, sino en intereses partidistas y particulares de grupos poderosos, pero eso, no nos lo dicen.

Frente al adoctrinamiento de esta asignatura obligatoria, existe la Verdad, que es anterior incluso al propio hombre, frente a la intención de manipulación de las mentes de este gobierno, existe la riqueza de entender al hombre como es, y mejorarlo en toda su integridad. Frente a esta doctrina obligatoria en todo el territorio español, existe un reducto de personas, de elegidos, de fieles a la verdad, a la justicia, y al amor de Dios. Existe un rincón todavía no contaminado liderado por un Santo de hoy, y seguido por muchos más Santitos, Don Grati, es el alma de un grupo numeroso y fiel a la voluntad de Dios, fuerte y con resultados increíbles.

La Acción Católica de Cuenca es una escuela de Santos, es un reducto que no deja de entrenar un cm2 de cada ser humano que se le acerca. Llaman la atención, en un mundo consumista, preocupado por la imagen y el bienestar, que carece de valores y fe, estos sacerdotes, seglares y laicos se preocupan principalmente por contentar a Dios, por trabajar para él en nuestro planeta, por llevar a Dios a cada uno de nosotros, y de veras que lo consiguen, sus frutos están ahí, iglesias llenas, llenas de niños, participan en colegios, realizan concursos con niños, catequesis, marchas, charlas, etc., pero yo diría que la estrella dentro de este servicio a los niños es el campamento Pío XI, que podéis conocer mejor en su página web, http://www.campamentopioxi.org/ , ubicado en un lugar excepcional, en unas condiciones excepcionales, pero lo mejor de todo son las personas que lo conforman, sacerdotes y seglares que enseñan la verdad, la justicia y el amor de Dios, son parte de la Acción Católica de Cuenca, movimiento fiel al Papa y a la Doctrina de Roma, creadores de verdaderos soldados de Dios, instructores del bien y de la verdad, mártires de Dios, pues toda su vida la han puesto a su servicio.

Amigos, en las fechas que estamos, muchos de nosotros tenemos niños, a los cuales creemos que se merecen unas vacaciones, pero también desconfiamos de donde podemos llevarlos y que donde los llevemos sean de confianza, y además no pierdan el tiempo en perversiones y torceduras de mentes, os aconsejo que este verano, llevemos a nuestros hijos a este campamento Pío XI, donde obtendrán la verdadera educación para la ciudadanía, la ciudadanía del mundo, de éste y del otro, el que no se acabará, el eterno, no os arrepentiréis, os lo aseguro.


Fr.+ Nivardo de Clairvaux

domingo, 8 de junio de 2008

VALORACIÓN MORAL DEL TERRORISMO EN ESPAÑA,

VALORACIÓN MORAL DEL TERRORISMO EN ESPAÑA,

DE SUS CAUSAS Y DE SUS CONSECUENCIAS

Instrucción Pastoral

Madrid, noviembre de 2002

Esto es solo un pedacito si queréis leerla entera pinchad en la siguiente dirección

http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/Conferencia/valoracion_terrorismo.htm,

Resalto la fecha para callar a todos los que se asustan de la nota emitida por la conferencia Episcopal el día 30 de enero del 2008, asegurando su publicación por motivos políticos partidistas.

III. Juicio moral sobre el terrorismo

11. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? (Gn 4, 9). Con esta frase Caín se niega a aceptar la responsabilidad de la suerte de Abel y esconde la tragedia de un asesinato que quiere ocultar. Si Adán buscó esconderse de Dios después de haber pecado, Caín busca escapar de la responsabilidad ante su crimen. Un elemento fundamental de la actividad terrorista es tratar de eludir el juicio moral de sus acciones justificándolas ideológicamente. Esto se hace, en particular, mediante el método que se denomina de la transferencia de la culpa, que consiste en culpabilizar a quienes se oponen al terrorismo de ser los causantes de la violencia que los terroristas mismos ejercen.

La Doctrina de la Iglesia nos da luz en este punto y nos permite calificar netamente al terrorismo como una realidad perversa en sí misma, que no admite justificación alguna apelando a otros males sociales, reales o supuestos. Es más, hace posible que apreciemos hasta qué punto el terrorismo es una estructura de pecado generadora ella misma de nuevos y graves males.

a) El terrorismo es intrínsecamente perverso, nunca justificable

12. El Magisterio de la Iglesia es unánime al declarar que el terrorismo, tal como lo hemos definido anteriormente, es intrínsecamente malo, y que, por tanto, no puede ser nunca justificado por ninguna circunstancia ni por ningún resultado[11]. En este sentido, volvemos a repetir la condena que hicimos en 1986, en la Instrucción Pastoral Constructores de la paz:

“El terrorismo es intrínsecamente perverso, porque dispone arbitrariamente de la vida de las personas, atropella los derechos de la población y tiende a imponer violentamente el amedrentamiento, el sometimiento del adversario y, en definitiva, la privación de la libertad social”[12].

El terrorismo merece la misma calificación moral absolutamente negativa que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente, prohibida por la ley natural y por el quinto mandamiento del Decálogo: no matarás (Ex 20, 13). Los católicos saben que no pueden negar, o pasar por alto, este juicio sin contradecir su conciencia cristiana y, en consecuencia, sin ir contra la lógica de la comunión de la Iglesia[13].

Denunciar la inmoralidad del terrorismo forma parte de la misión de la Iglesia como un modo de defender la dignidad de la persona en un asunto de la máxima repercusión social. No se puede aceptar en el caso del terrorismo la posibilidad reconocida por la Doctrina social de la Iglesia de la legitimidad de una revolución violenta cuando se la considera el único medio de defensa ante una injusta opresión sistemática y prolongada[14].

13. La calificación moral del terrorismo, absolutamente negativa, se extiende, en la debida proporción, a las acciones u omisiones de todos aquellos que, sin intervenir directamente en la comisión de atentados, los hacen posibles, como a quienes forman parte de los comandos informativos o de su organización, encubren a los terroristas o colaboran con ellos; a quienes justifican teóricamente sus acciones o verbalmente las aprueban. Debe quedar muy claro que todas estas acciones son objetivamente un pecado gravísimo que clama al cielo (Gn 4, 10)[15].

El llamado “terrorismo de baja intensidad” o “kale borroka” merece igualmente este juicio moral negativo. En primer lugar, porque sus agentes actúan movidos por las mismas intenciones totalitarias del terrorismo propiamente dicho. En segundo lugar, porque las actuaciones de este terrorismo de baja intensidad están frecuentemente coordinadas con las del terrorismo de ETA, ya que en la lucha callejera se preparan sus futuros agentes, como demuestra la experiencia, y con ella se destruye abusivamente el patrimonio común, se perturba la paz de los ciudadanos y se amenaza su seguridad y libertad. Ninguna consideración puede justificar esta forma de violencia, mantenida artificialmente, con el fin de sostener la influencia del terrorismo y extender socialmente sus ideas.

14. La presencia de razones políticas en las raíces y en la argumentación del terrorismo no puede hacer olvidar a nadie la dimensión moral del problema. Es ésta la que debe guiar e iluminar a la razón política al afrontar el problema del terrorismo. El olvido de la dimensión moral es causa de un grave desorden que tiene consecuencias devastadoras para la vida social. Siempre existirán pretendidas o reales razones políticas que resulten capaces de seducir el juicio de algunos presentando como comprensible e incluso plausible el recurso al terrorismo. Pero lo que es necesario aclarar es que nunca puede existir razón moral alguna para el terrorismo. Quien, rechazando la actuación terrorista, quisiera servirse del fenómeno del terrorismo para sus intereses políticos cometería una gravísima inmoralidad. Esto supondría aceptar una vez más el principio inmoral: “El fin justifica cualquier medio” (cf. Rm 3, 8)[16].

15. Tampoco es admisible el silencio sistemático ante el terrorismo. Esto obliga a todos a expresar responsablemente el rechazo y la condena del terrorismo y de cualquier forma de colaboración con quienes lo ejercitan o lo justifican, particularmente a quienes tienen alguna representación pública o ejercen alguna responsabilidad en la sociedad. No se puede ser “neutral” ante el terrorismo. Querer serlo resulta un modo de aceptación del mismo y un escándalo público. La necesidad moral de las condenas no se mide por su efectividad a corto ni largo plazo, sino por la obligación moral de conservar la propia dignidad personal y la de una sociedad agredida y humillada.

b) El terrorismo es una "estructura de pecado"

16. Al emitir el juicio de moralidad sobre el terrorismo, es necesario precisar – como hemos hecho - que se trata de un acto intrínsecamente perverso. Pero con esta afirmación no está aún suficientemente explicitada la maldad moral del terrorismo.

La multiplicación y continuidad de acciones criminales, el intento de justificarlas mediante la propaganda política y la transferencia de la culpa, que pretende presentar tales acciones como respuesta a una violencia originaria, dan lugar a una estructura de violencia moralmente perversa. Esta conjunción entre el terror y la ideología va más allá de las acciones criminales concretas que los terroristas perpetran. Además, persigue y, desgraciadamente, consigue con frecuencia, una perversión sistemática de las conciencias. Por tanto, al hablar del terrorismo debemos entenderlo como una estructura de pecado. “Las "estructuras de pecado" son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un pecado social[17]. Siguiendo la doctrina de Juan Pablo II, una estructura de pecado es el resultado de una efectiva intención de alcance social que se dirige no sólo a la comisión de actos intrínsecamente malos, sino que busca la deformación generalizada de las conciencias para la extensión de su maldad de modo estable. O, en palabras del propio Papa, estructura de pecado es:

“la suma de factores negativos, que actúan contrariamente a una verdadera conciencia del bien común universal y de la exigencia de favorecerlo, y parece crear, en las personas e instituciones, un obstáculo difícil de superar”[18].

17. Más en concreto, se pueden aplicar al terrorismo las siguientes afirmaciones de Juan Pablo II, referidas a la “cultura de la muerte”, reiteradamente denunciada por él. La maldad del terrorismo no se circunscribe sólo a los actos que realiza,

“también se cuestiona, en cierto sentido, la “conciencia moral” de la sociedad. Ésta es de algún modo responsable, no sólo porque tolera o favorece comportamientos contrarios a la vida, sino también porque alimenta la “cultura de la muerte”, llegando a crear y consolidar verdaderas y auténticas “estructuras de pecado” contra la vida. La conciencia moral, tanto individual como social, está hoy sometida, a causa también del fuerte influjo de muchos medios de comunicación social, a un peligro gravísimo y mortal, el de la confusión entre el bien y el mal en relación con el mismo derecho fundamental a la vida”[19].

La presencia del terrorismo difunde en su entorno una verdadera “cultura de la muerte” en la medida en que desprecia la vida humana, rompe el respeto sagrado a la vida de las personas, cuenta con la muerte injusta y violenta de personas inocentes como un medio provechoso para conseguir unos fines determinados e impulsar de este modo un falso desarrollo de la sociedad. La vida humana queda así degradada a un mero objeto, cuyo valor se calcula en relación con otros bienes supuestamente superiores[20].

En definitiva, el terrorismo es un rostro cruel de la “cultura de la muerte” que desprecia la vida humana por pretender el poder “a cualquier precio”[21], y que coloniza las conciencias instalándose en ellas como si se tratara de un modo normal y humano de ver las cosas.

c) La extensión del mal: odio y miedo sistemáticos

18. El terrorismo busca dos efectos directos y negativos en la sociedad: el miedo y el odio. El miedo debilita a las personas. Obliga a muchos a abdicar de sus responsabilidades, al convertirse en objeto de posibles acciones violentas. No nos referimos sólo a los asesinatos, sino también a las amenazas, insultos y actos violentos que hacen imposible en la vida cotidiana la convivencia en paz y libertad, hasta el extremo de comprometer la propia legitimidad de los procedimientos democráticos. No pocos son víctimas de una espiral de terror o de extorsión económica, soportadas dolorosamente. Ceder al chantaje de la violencia, por temor, lleva a la sociedad (individuos, grupos, instituciones, partidos políticos) a no enfrentarse con suficiente claridad al terrorismo y a su entorno, de forma que los terroristas monopolizan, con frecuencia, el dinamismo de la vida social y el significado político de algunos acontecimientos. Además, se llega a aceptar como inevitables violencias menores que extienden el clima de crispación y confrontación.

19. El miedo favorece el silencio. En una sociedad en la que la violencia y su presencia cercana acumulan la tensión, determinados asuntos no pueden abordarse en público por miedo a graves consecuencias. Esto se nota sobre todo en el uso tergiversado del lenguaje. El peor de los silencios es el que se guarda ante la mentira[22], pues tiene un enorme poder de disolver la estructura social. Un cristiano no puede callar ante manipulaciones manifiestas. La cesión permanente ante la mentira comporta la deformación progresiva de las conciencias.

20. Junto con el miedo, el terrorismo busca intencionadamente provocar y hacer crecer el odio para alimentar una espiral de violencia que facilite sus propósitos[23]. En primer lugar, atiza el odio en su propio entorno, presentando a los oponentes como enemigos peligrosos. Fomenta con insistencia el recuerdo de los agravios sufridos y exagera las posibles injusticias padecidas. Ya se sabe que presentar un enemigo a quien odiar es un medio eficaz para unir fuerzas, por un sentido grupal de defensa en común.

En este contexto, la legítima represión de los actos de terrorismo por parte del Estado es interpretada como una opresión insufrible de un poder violento o de una potencia extranjera. Por el contrario, la verdad que debemos recordar es que la autoridad legítima debe emplear todos los medios justos y adecuados para la defensa de la convivencia pacífica frente al terrorismo.

21. Más allá de su propio entorno, los terroristas tratan también de provocar el odio de quienes consideran sus enemigos, con el fin de desencadenar en ellos una reacción inmoderada que les sirva de autojustificación y les permita continuar con su estrategia de extensión del terror y de transferencia de la culpa.

La espiral del odio y del terror se manifiesta, en particular, en sensibilidades exacerbadas a las que les es difícil hacer un análisis de la realidad. Genera así un clima de crispación en el que cualquier detalle hace surgir una respuesta violenta, también la violencia verbal. La implantación del odio y de la tensión en la vida social es, evidentemente, un triunfo notable del terrorismo. Reaccionar con odio indiscriminado frente a los crímenes de ETA, en la medida en que divide a la sociedad en bandos enfrentados e irreconciliables, es favorecer los fines de los terroristas, aceptar sus tesis del conflicto irremediable, preparar y facilitar la aceptación y el reconocimiento de las pretensiones rupturistas.

22. Otra consecuencia perniciosa de la espiral del odio y del miedo que el terrorismo genera es la “politización” perversa de la vida social, es decir, la consideración de la vida social únicamente en función de intereses de poder. De este modo la tensión se extiende a los hechos más nimios de la vida cotidiana: todo resulta relevante para la descalificación de aquéllos cuya opción política no coincida con los planteamienteos auspiciados por los terroristas. Esta presión del día a día juega un papel decisivo en la deformación de las conciencias que conduce a relativizar el juicio moral que el terrorismo merece.

Un aspecto especialmente importante en el que se evidencia esta perversa “politización” es el olvido que, con frecuencia, sufren las víctimas del terrorismo y su drama humano. Atender a las personas golpeadas por la violencia es un ejercicio de justicia y caridad social y un camino necesario para la paz. Tampoco los presos por terrorismo dejan de ser objeto de una “politización” ideológica que oscurece su problema humano. La Iglesia reconoce sin ambages la legitimidad de las penas justas que se les imponen por sus crímenes, a la vez que defiende, con no menos fuerza, el respeto debido a su dignidad personal inamisible.

23. El terrorismo se muestra como una "estructura de pecado", y es una cultura, un modo de pensar, de sentir y de actuar, aun en los aspectos más corrientes del vivir diario, incapaz de valorar al hombre como imagen de Dios (cf. Gn 1, 27; 2, 7). Y cuando esa cultura arraiga en un pueblo, todo parece posible, aun lo más abyecto, porque nada será sagrado para la conciencia.

Al pronunciar nuestro juicio moral queremos mostrar que es posible una valoración neta y definitiva del terrorismo, por encima de las circunstancias coyunturales de un momento histórico.

IV. A ETA hay que enjuiciarla moralmente como “terrorismo”

24. Una primera aproximación a ETA muestra la complejidad del fenómeno. El grupo denominado ETA es una asociación terrorista, de ideología marxista revolucionaria, inserta en el ámbito político-cultural de un determinado nacionalismo totalitario que persigue la independencia del País Vasco por todos los medios. Si se desea acertar en la valoración moral de ETA, será necesario tener en cuenta esta realidad en su totalidad.

25. ETA manifiesta una hiriente crueldad en toda su actividad. En la memoria de todos están los casos de secuestros y de asesinatos a sangre fría y a plazo marcado, así como agresiones y crímenes contra personas de toda índole y condición. No se trata de “errores de cálculo” ni de casos que se les hayan “ido de las manos”. Tampoco podemos admitir que la diversificación de las víctimas suponga que algunas de ellas fueran “justos objetivos militares”, mientras que otras serían tan sólo efectos colaterales indeseados.

La crueldad de ETA sirve siempre a la estrategia terrorista que hemos descrito y calificado más arriba: la implantación del terror al servicio de una ideología en toda la sociedad y la creación de una espiral de muerte, de odio y de miedo reactivo y adormecedor de las conciencias.

Aplicando a ETA y a otras organizaciones con similares características ideológicas el calificativo moral de “terrorista”, afirmamos que son intrínsecamente perversas en cuanto organización, ya que su modo de juzgar la realidad, la dirección de sus acciones y su estructura interna, están orientados a la provocación y difusión del terror.

Si queréis leer toda la instrucción pastoral pinchad aquí http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/Conferencia/valoracion_terrorismo.htm,

La vida es siempre un bien

Nota de los Obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida con ocasión de la VII Jornada Nacional por la Vida

Frente al mal, está el bien; frente a la muerte, la vida (Sir 33,14)

1. Promover una cultura de la vida

Coincidiendo con la solemnidad de la Encarnación del Señor, que este año se celebra el 31 de marzo, la Iglesia en España celebra la VII Jornada por la Vida , que es una invitación a la oración y a proclamar el valor sagrado de toda vida humana desde su comienzo en la fecundación hasta su fin natural. De esta oración debe brotar un compromiso decidido para vencer al mal a fuerza de bien, a la «cultura de la muerte» promoviendo una cultura que acoja y promueva la vida.

El misterio de la Encarnación del Señor nos invita a considerar la grandeza y dignidad de la vida humana. Como nosotros, el Hijo de Dios comenzó su vida humana en el seno de su Madre. Por eso, este misterio nos recuerda que desde el momento de la concepción, la vida humana tiene un valor sagrado que todos debemos reconocer, respetar y promover: «la vida del hombre es don de Dios, que todos están llamados a custodiar siempre»[1].

Los obispos sentimos el deber de promover en la Iglesia y en la sociedad el valor de la vida humana, alentando todas las iniciativas que promueven la familia y la vida como, por ejemplo, la moratoria internacional sobre el aborto.

2. «Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente»

Hace poco, la sociedad española se ha sentido conmovida por ciertas prácticas abortivas y la crueldad de los medios utilizados para ocultarlas. Esta realidad, que los obispos venimos denunciando desde hace años[2], ha suscitado de nuevo el debate sobre el aborto en nuestra sociedad.

Como ya dijimos[3], aun considerando como un gran avance el cese de la práctica ilegal del aborto, la acción genuinamente moral y humana sería la abolición de la «ley del aborto», que es una ley injusta[4]. Juan Pablo II nos dijo en Madrid en 1982: «Quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad»[5].

Invitamos a los fieles a que eleven su oración al Señor para que ilumine la conciencia de nuestros conciudadanos, especialmente la de los políticos. Que el Dios de la vida les ayude a comprender y remediar el enorme drama humano que el aborto supone para el niño en el seno de su madre, para la propia madre, y para la sociedad entera. La ley del aborto debe ser abolida, al tiempo que hay que apoyar eficazmente a la mujer, especialmente con motivo de su maternidad, creando una nueva cultura donde las familias acojan y promuevan la vida. Una alternativa importante es la adopción. Miles de esposos tienen que acudir a largos y gravosos procesos de adopción mientras en España más de cien mil niños murieron por el aborto durante el año 2006.

3. La conciencia del católico ante la vida humana

Nos dirigimos ahora a los católicos para recordarles sus obligaciones morales y de conciencia. Ningún católico, ni en el ámbito privado ni público, puede admitir en ningún caso prácticas como el aborto, la eutanasia o la producción, congelación y manipulación de embriones humanos, La vida humana es un valor sagrado, que todos debemos respetar y que las leyes deben proteger.

No puede sostenerse que el aborto es inadmisible para un católico pero que esto no obliga al que no lo es. Al contrario, «el cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia»[6].

Por eso, si algún católico albergara dudas sobre este tema, debería acudir a la oración para pedir la luz del Espíritu Santo. También podrá informarse de las razones por las que la Iglesia sostiene, siempre con argumentos teológicos, filosóficos y científicos sólidos, el valor y la dignidad de la vida personal desde la fecundación hasta la muerte natural.

4. Dios ama también la vida enferma y débil

La vida es una realidad maravillosa que no deja de sorprendernos. Cuantos más datos nos proporciona la ciencia, mejor podemos comprender que la vida del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es un misterio que desborda el ámbito de lo puramente bioquímico.

En su constante progreso, la ciencia afirma cada vez con más fuerza que desde la fecundación tenemos una nueva vida humana, original e irrepetible, con una historia y un destino únicos. Una vida que tiene que ser acogida, respetada y amada: «es compromiso de todos acoger la vida humana como don que se debe respetar, tutelar y promover, mucho más cuando es frágil y necesita atención y cuidados, sea antes del nacimiento, sea en su fase terminal»[7].

Pedimos al Señor que en esta Jornada, contemplando el misterio de su encarnación, sepamos acoger como la Virgen María el don de la vida, y aprendamos de la madre del amor hermoso a defender y promover la vida en todos sus momentos, proclamando que «frente a la muerte está la vida» (Sir 33,14).

Madrid, 8 de marzo de 2008

Los Obispos de la Subcomisión Episcopal de Familia y VidaX Mons. Julián Barrio Barrio, Presidente de la CEAS, X Mons. Juan Antonio Reig Pla, Presidente de la Subcomisión para la Familia y Defensa de la Vida, X Mons. Francisco Gil Hellín, X Mons. Vicente Juan Segura, X Mons. Manuel Sánchez Monge


[1] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la XXII Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, 17-XI-2007.

[2] Como ejemplo remitimos nuestras notas para la Jornada de la Vida: «La vida humana, don precioso de Dios» (2005); «Amar y promover la vida» (2006); «Por una cultura de la vida» (2007).

[3] cf. Por una cultura de la vida. Nota de los Obispos de la Subcomisión de Familia y Vida, 2007.

[4] Nos referimos a la Ley Orgánica 9/1985 que despenaliza el aborto en ciertos supuestos (artículo 417bis del código penal).

[5] Juan Pablo II, Homilía en la Misa de las Familias, Madrid, 2-XI-1982.

[6] Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la asamblea general de la Academia Pontificia para la Vida, 20-III-2007

[7] Benedicto XVI, Angelus 3-II-2008.

La belleza salvará el mundo (el culto al Feísmo, el chikilicuatre)

Dice el refrán que “sobre gustos no hay nada escrito”. La expresión es falsa en su literalidad, pero además parece sugerir erróneamente que el gusto estético es un sentimiento arbitrario, sin que quepa establecer relación alguna de causa-efecto entre nuestros gustos y los valores objetivos que sustentan nuestra vida.

¡Nada más lejos de la realidad! Frente a quienes piensan que la verdad es ajena al mundo del arte y que “no hay que mezclar las filosofías con la estética”, lo cierto es que la belleza tiene una fuerza pedagógica para introducirnos en el misterio de la verdad, hasta el punto de que la belleza llega a ser transparencia de la verdad y de la bondad.

Cuando escuchamos una determinada pieza musical y llegamos a emocionarnos al experimentar su belleza, o cuando contemplamos algunas obras de arte que son elocuencia viva del misterio que representan, no nos cabe duda de que la expresión estética es el reflejo de la interioridad del hombre. Sin embargo, formulando este mismo principio en negativo, lo mismo cabría decir de tantas expresiones “estéticas” que parecen despreciar la belleza y hasta se regocijan en un “culto al feísmo”: la fealdad es la expresión del nihilismo y de la vaciedad de nuestra cultura.

¿Cómo tenemos que interpretar el enorme apoyo a determinados engendros estéticos, del estilo de esa canción tan manida, que últimamente se escucha en todas partes y a todas horas, por poner un ejemplo de nuestros días? No creo exagerar si digo que estamos ante una rebelión contra la belleza, la armonía y la elegancia, complaciéndonos en lo zafio, burdo y absurdo. La opción por lo antiestético, es expresión de la negación del sentido armónico de la existencia y, en consecuencia, de la posibilidad del gozo contemplativo. La fealdad procurada es lo más parecido que conocemos al placer del pirómano, que disfruta con la destrucción de la creación.

Frente a esta crisis cultural de fealdad, el cristianismo está llamado a continuar su ancestral vocación de “tutor” o “abogado” de la expresión estética. Ciertamente, la Iglesia ya no puede ejercer de “mecenas” del arte, en el sentido económico del término. Pero, sin embargo, existe otro tipo de mecenazgo más determinante, cual es la conjunción de los tres transcendentales: belleza, bondad y verdad. En efecto, estamos plenamente convencidos de que “la belleza es el esplendor de la verdad”, al mismo tiempo que “la santidad es la belleza absoluta”.

Conjuntamente con las tradicionales vías racionales para el conocimiento de Dios, la Iglesia siempre ha sostenido otro tipo de vías existenciales, como es el caso de la llamada “via pulchritudinis”, es decir, la belleza como camino para descubrir a Dios. En efecto, nosotros creemos que la belleza es “aparición” y no “apariencia”. En realidad, “lo primero que captamos del misterio de Dios no suele ser la verdad, sino la belleza” (Von Balthasar).

En resumen, la belleza es una clave fundamental para la comprensión del misterio de la existencia. Encierra una invitación a gustar la vida y a abrirse a la plenitud de la eternidad. La belleza es un destello del Espíritu de Dios que transfigura la materia, abriendo nuestras mentes al sentido de lo eterno. Traemos a colación una conocida cita de San Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo... interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión ("confessio"). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza ("Pulcher"), no sujeto a cambio?" (Serm. 241,2).

El título que hemos elegido para este artículo es una conocida frase de la novela El Idiota, de Dostoievski: “La belleza salvará al mundo”. Pero, “¿qué belleza salvará el mundo?”, pregunta un determinado personaje de esta novela, que se debate desesperado en medio del dolor. La respuesta a su pregunta se presenta como la tesis de la novela de Dostoievski: ¡Jesús crucificado! Si, ciertamente, la belleza salvará el mundo, pero la belleza ha de ser descubierta, no solamente en la gloria del Tabor, sino también en la figura sufriente del crucificado.

En efecto, nosotros no identificamos la belleza con la “guapura”, lo “atractivo”, lo “placentero”… En realidad, la belleza no es para nosotros una mera experiencia estética, sino que el concepto pleno y consumado de la belleza se identifica con la misma “santidad”. Por ello, no tendría sentido que buscásemos la belleza en meras manifestaciones artísticas, tales como la pintura, escultura, música… si al mismo tiempo dejásemos en el olvido que la vida de los santos es la realización y la manifestación más perfecta de la belleza.

Por el contrario, a la luz de la fe comprendemos que la fealdad por antonomasia no es el rostro sufriente del hombre, ni tan siquiera la misma muerte, sino el pecado. No en vano, el refranero cristiano enfatiza aquello de “¡es más feo que un pecado!”, al mismo tiempo que invoca a María –la preservada del pecado- como “la criatura más bella de la creación” o “la obra maestra del Creador”. Por algo decía Hans Urs von Baltasar -conocido como el “teólogo de la belleza”-, que “María es el esplendor de la Iglesia”.


Monseñor Jose Ignacio Munilla

Obispo de Palencia

Publicado en “El Norte de Castilla”

Las otras vías para llegar a Dios

El Catecismo de la Iglesia católica recoge la doctrina del Concilio Vaticano I, en la que se afirma la capacidad racional del hombre para conocer la existencia de Dios: “La santa Iglesia, nuestra Madre, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas” (CIC 36). A esto añade el mismo Catecismo una constatación realista: son muchas las dificultades que en la práctica tenemos para llegar al conocimiento de Dios, mediante el ejercicio de la razón (Cf. CIC 37).

Esas dificultades, lejos de decrecer, en nuestros días han aumentado. En efecto, la cultura dominante no se caracteriza por la racionalidad, sino por el impacto visual, visceral, puntual y voluble.

En este contexto, los argumentos metafísicos con los que Santo Tomás de Aquino demostraba en el siglo XIII la existencia de Dios, sin haber dejado de ser verdaderos, están supeditados a la capacidad de raciocinio del hombre, que no siempre podemos dar por supuesta. Desgraciadamente, la filosofía occidental contemporánea ha renunciado mayoritariamente a plantearse las cuestiones fundamentales sobre la verdad objetiva y el sentido de la existencia, para reducirse al ámbito de la practicidad inmediata, ignorando los anhelos más profundos del hombre.

Juan Pablo II describía así en la encíclica Fides et Ratio la crisis de pensamiento del momento presente: “Tanto la fe como la razón se han empobrecido y debilitado una ante la otra. La razón, privada de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal.” (n. 48)

En este contexto, y sin dejar en el olvido la labor subsidiaria que la fe está llamada a desarrollar en el terreno de la reflexión filosófica, es necesario proponer al hombre de hoy otras vías de acceso a Dios, que, aunque sean menos concluyentes desde el punto de vista racional, frecuentemente serán más efectivas, supuestas las características de nuestra cultura. Por lo demás, las vías racionales del conocimiento de Dios, siempre estuvieron complementadas con estas otras “vías existenciales”. Proponemos brevemente algunas de ellas:

1.- El testimonio de los santos:

Las virtudes heroicas que el Espíritu Santo ha suscitado en los santos, maravillan y cuestionan a todos aquellos que buscan la verdad y están dispuestos a seguirla una vez encontrada. En la historia de la Iglesia hemos podido comprobar frecuentemente que el testimonio de los santos ha ganado más almas para Dios que la erudición de los sabios. Es verdad que no debemos oponer las vías racionales a las existenciales, pero tampoco conviene que olvidemos aquel refrán: "Las palabras -a lo sumo- convencen, pero el ejemplo arrastra".

2.- El grupo cristiano:

Es claro que Dios es “familia” y que tiene un estilo “comunitario”. Quiso revelarse a un pueblo, y está especialmente presente allí donde nos reunimos en su nombre. El encuentro con Dios no se suele producir caminando “por libre”. De hecho, es mucho más difícil encontrar la meta caminando en solitario.

Por el contrario, Dios sale al encuentro del hombre en su Iglesia, y con frecuencia lo hace a través de otras personas o del arropamiento de algún carisma concreto.

3.- El cultivo de la paz interior:

El estrés sofocante que comporta nuestro ritmo de vida, ha desarrollado una sensibilidad especial que valora sobremanera la paz interior. La Iglesia está llamada a cuidar espacios de silencio para el encuentro con Dios. Uno de los signos de los tiempos que observamos con sorpresa en estos momentos de intensa secularización, es la gran atracción que ejercen los monasterios contemplativos.

Sin embargo, conviene que hagamos una matización: mientras que en determinadas escuelas, la paz interior se oferta como una “técnica” para alcanzar un estado psicológico placentero; sin embargo, la Iglesia predica la fe cristiana, no precisamente como una técnica de relajación, sino como la “clave de sentido” de la que la paz interior es una mera consecuencia.

4.- El humanismo cristiano:

En nuestra cultura agnóstica, el hombre es presentado como la medida de todas las cosas. La existencia de Dios se pone en cuestión, ante la sospecha de que la fe pueda mermar la autonomía del hombre. Sin embargo, estos prejuicios caen por su propio peso, en la medida en que se demuestra la capacidad humanizadora del cristianismo. La Iglesia ha sido y es experta en humanidad, de forma que en su experiencia nos muestra a Cristo como la culminación de las aspiraciones de plenitud de la humanidad y como el camino práctico para verlas realizadas. La historia se ha encargado de demostrar que sin Dios no hay creencia auténtica en el hombre.

5.- La capacidad crítica ante los límites del agnosticismo:

No podemos menospreciar la “vía negativa” para llegar a Dios. En efecto, hay quienes llegan a Dios por exclusión (“Si Dios no existe, todo está permitido” Dostoiewski). La cruda experiencia de la degeneración moral en la que desemboca la secularización, ha permitido a muchos superar sus prejuicios ideológicos de partida, para abrirse al hecho religioso con disposición receptiva. Chesterton lo expresaba con gran agudeza: “Quitad lo sobrenatural, y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural”.

En resumen, las tradicionales vías racionales para el conocimiento de Dios, son complementadas por tantas vías “existenciales” de las que el Señor se sirve para salir a nuestro encuentro. No en vano, Benedicto XVI afirmaba en una de sus catequesis sobre los Santos Padres, que el camino privilegiado para conocer a Dios es el amor. “No existe un auténtico conocimiento de Dios sin enamorarse de Él”.

Monseñor Jose Ignacio Munilla

Obispo de Palencia

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No somos dueños

Uno de los problemas que tiene la Iglesia es que, con frecuencia, es percibida y juzgada bajo las mismas categorías de otras instituciones seculares con las que convive. Sin embargo, la naturaleza de la Iglesia es tan específica y singular -por motivo de tener su origen en Jesucristo- que su realidad es fácilmente distorsionada, cuando se pretende entender desde parámetros ajenos a ella:

¿Por qué la Iglesia no cambia muchas cosas de su vida interna? ¿No sería más práctico que se adaptase al momento presente, subiéndose al tren de los cambios culturales? Así como los ciudadanos eligen en cada momento el marco político que consideran más adecuado a la coyuntura y a las circunstancias, ¿por qué no puede la Iglesia también cambiar su marco estructural y ser más “semejante” al resto de la sociedad?

Sin embargo, sabemos que la Iglesia no se reconoce como “dueña” de lo que lleva entre manos desde hace veinte siglos, sino como “depositaria” de la Revelación divina, culminada en Jesucristo. El dueño no tiene problema en cambiar las cosas conforme a su criterio, mientras que la Iglesia tiene como primer cometido custodiar este depósito de la Revelación que Cristo le ha confiado, para cumplir su misión de transmitirlo fielmente al hombre de nuestros días. Por aquello de que, es mejor un ejemplo que mil teorías, me refiero a dos casos muy concretos que recientemente han ocupado los medios de comunicación:

1. ¿Bautizar con otra fórmula?

El 29 de febrero la Congregación para la Doctrina de la Fe hacía pública la respuesta a dos preguntas que le habían sido formuladas, en referencia a la práctica bautismal irregular registrada en alguna parroquia inglesa:

Primera pregunta: ¿Es válido el Bautismo conferido con las formulas «Yo te bautizo en el nombre del Creador, y del Redentor y del Santificador», y «Yo te bautizo en el nombre del Creador, y del Liberador y del Sustentador». RESPUESTA: Negativo.

Segunda pregunta: ¿Deben ser bautizadas en forma absoluta las personas que han sido bautizadas con estas fórmulas? RESPUESTA: Afirmativo”.

En consecuencia, la Iglesia no se considera capacitada para cambiar una fórmula sacramental que tiene su origen en el mismo Jesucristo: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19).

Las presiones de la llamada “teología feminista” denunciaban que el lenguaje bíblico es “machista”, por referirse a Dios como el Padre y el Hijo, y buscaban unos términos asexuados. La respuesta de la Iglesia, supone la convicción de que no está para contemplar las ideologías del momento, sino para predicar una mensaje que trasciende tiempos y lugares.

2. Comunión de los celíacos

La Diócesis de Huesca presentaba públicamente, el Martes Santo, un documento sobre el modo de administrar la Sagrada Comunión a los celíacos, alérgicos al gluten del pan de trigo. En efecto, una madre cuyo niño se prepara para la Primera Comunión, había manifestado el deseo de que su hijo pudiese recibir la Comunión con pan de maíz. Ante la negativa a tal petición, algunos medios de comunicación lanzaron titulares como éstos: “Un niño celíaco sin primera comunión”, “Familia denuncia a la Iglesia por no dejar comulgar a su hijo celíaco”…

También en este caso la Iglesia se consideraba sin autoridad para modificar una fórmula sacramental, que tiene su origen en el mismo Jesucristo, quien celebró la Última Cena con pan de trigo y vino de uva, y que se ha transmitido de ese modo en la tradición de la Iglesia, hasta nuestros días. Por lo tanto, las formas de pan especiales que carecen absolutamente de gluten, son materia inválida para la Eucaristía, es decir, no se pueden consagrar. En el documento se explicita que los celíacos pueden comulgar de dos formas: bajo la especie de pan, utilizando formas especiales que contienen una pequeña cantidad de gluten de trigo, con lo que la materia empleada es válida para la Consagración Eucarística, sin que perjudique la salud de los celíacos; y también bajo la especie de vino.

Estos dos ejemplos se refieren a cuestiones muy concretas, pero son significativos y nos ayudan a entender mejor que no estamos capacitados para juzgar adecuadamente el proceder de la Iglesia, cuando partimos de una incomprensión de su carácter sobrenatural y de su estructura apostólica. La Iglesia está llamada a buscar nuevas fórmulas de evangelización, con capacidad de presentar el Evangelio al hombre y a la mujer de nuestros días, pero sin traicionar lo más mínimo el depósito de Cristo, del cual no es dueña, sino depositaria.

Si algunos concluyen que esta misión y naturaleza sobrenatural de la Iglesia, dificulta nuestra adaptación a los patrones culturales del momento presente, sería también justo añadir que nos preserva de muchos tópicos y de modas pasajeras. Como decía el genial Chesterton: «El catolicismo libera al hombre de la degradante esclavitud de ser un hijo de nuestro tiempo».

Monseñor Jose Ignacio Munilla

Obispo de Palencia

Para el “Norte de Castilla”

Confesarse

El tiempo de Cuaresma comenzó con una llamada a la conversión, y la Iglesia nos recuerda la importancia y la necesidad de acudir al sacramento de la Confesión, especialmente en estas fechas previas a la Semana Santa. Sin embargo, parece evidente que la práctica de este sacramento -conocido indistintamente como sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón o simplemente, de la Confesión- sufre una notable crisis. Por ello, es necesario que recuperemos este tesoro de gracia, expresado en el mismo Credo: “Creo en el perdón de los pecados”.

1º.- De la pereza a las dudas: Una buena parte de los fieles que se han alejado de este sacramento, no lo han hecho por un rechazo a la fe católica, sino simplemente arrastrados por el mal de la pereza y por la ley del mínimo esfuerzo. Es indudable que el sacramento de la Penitencia requiere un esfuerzo notable, y que a algunas personas les puede exigir altas dosis de vencimiento propio.

Pero claro, quien cede a la pereza, tarde o temprano, se hace vulnerable a las dudas de fe: se empieza por entonar el célebre "yo me confieso con Dios", dejando en el olvido la afirmación bíblica de que «Dios confió a los apóstoles el ministerio de la reconciliación» (2 Cor 5,18), para terminar por decir aquello de "yo no hago mal a nadie… no tengo pecados", contradiciendo las palabras de Cristo: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra» (Jn 8,7).

2º.- Sensibilidad moderna: Más allá de la pereza, algunos piensan que la sensibilidad moderna chirría ante la confesión de los pecados a un ministro mediador. Sin embargo, deberíamos atrevernos a cuestionar el presupuesto de partida: ¿es cierto que la sensibilidad moderna es reacia a la confesión particular de los pecados? Hay a nuestro alrededor muchos síntomas que invitan a cuestionarlo. No me refiero únicamente al aumento de pacientes en las consultas de los psicólogos, inversamente proporcional al descenso de la confesión. Ahí tenemos también la proliferación de los "reality shows" radiofónicos y televisivos, en los que los "penitentes" reconocen ante millones de espectadores sus "pecados" con sus rostros distorsionados por el zoom televisivo, como si de una discreta rejilla de confesionario se tratase.

3º.- Abusos en las celebraciones comunitarias: Por los motivos aducidos, tanto los fieles como los sacerdotes, podemos tener la tentación de cometer o de permitir determinadas infidelidades en la disciplina de este sacramento. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene una celebración comunitaria de la Penitencia, en la que los fieles se limitan a confesar de forma genérica “soy pecador”, o “perdón, Señor”, sin necesidad de concretar sus propios pecados?

La declaración de los pecados personales ante el sacerdote, es una parte esencial del sacramento de la Reconciliación. Baste entender las siguientes palabras del Evangelio de San Juan: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20, 23). Es decir, el sacerdote que administra este sacramento, no puede ni debe hacerlo de una forma automática, ya que su tarea consiste en discernir si existe el debido arrepentimiento en el penitente, intentando suscitar en él una verdadera contrición, de forma que así puedan darse las condiciones para “perdonar” los pecados en nombre de Cristo, o “retenerlos”, en su caso. Lógicamente, para poder realizar ese discernimiento, es necesaria la manifestación de las faltas al confesor.

4º.- Confesiones rutinarias y desesperanza: Una celebración correcta del sacramento de la Penitencia no depende exclusivamente de la manifestación íntegra de nuestros pecados. Quienes nos confesamos con frecuencia, debemos tener en cuenta que existe el peligro de caer en la rutina y en la superficialidad. Los penitentes hemos de procurar con responsabilidad, que nuestra confesión sea un encuentro personal con Jesucristo, quien nos consuela en nuestras debilidades, al mismo tiempo que fortalece nuestra esperanza en el inicio de una vida nueva.

Los penitentes habituales podemos ser tentados también por el cansancio y hasta por la desesperanza, cuando a veces no percibimos un avance en la reforma de nuestra vida moral. Nos puede dar la sensación de que siempre caemos en los mismos pecados y de que estamos encadenados en una espiral de caídas y peticiones de perdón, sin progresos constatables. Sin embargo, la única manera de permanecer fieles a la llamada a la conversión, es continuar fieles en el camino penitencial, “sin perder la paz, pero sin hacer las paces”. Es decir, sin perder la paz interior, por que no avanzamos como sería nuestra deseo; al mismo tiempo que nos resistimos a pactar con nuestro pecado, sin rebajar el ideal de la santidad al que estamos llamados. Decía un autor espiritual que el cristianismo no es tanto de los perfectos, como de aquellos que no se cansan nunca de estar empezando siempre.

Los cristianos que nos acercamos a recibir el perdón en estos días, estamos llamados a ser testigos de la Misericordia de Dios. La alegría del perdón es el mejor testimonio de fe y de esperanza ante nuestros hermanos. De forma similar a como San Agustín escribió un libro autobiográfico con el título de “Confesiones”, en el que cuenta la conversión de su vida pecadora, para proclamar ante el mundo la bondad de Dios; así también nosotros, al “confesar” nuestros pecados, “confesamos” el Amor de Dios.

Monseñor Jose I. Munilla

Obispo de Palencia

Para “El Palentino” e “Iglesia”