sábado, 3 de enero de 2009

La Muerte del Cristiano

“Si sólo para esta vida tenemos esperanza, somos los más desgraciados de los hombres”. San Pablo nos advierte del error que supone medir todo de tejas para abajo. Aún las obras más loables humanamente no han de ser fines en sí mismas sino anticipos del Reino de Dios. No quiere decir esto que nuestro esfuerzo en trabajar por un mundo mejor sea absurdo, más bien que ni éxitos ni fracasos deberían condicionar nuestra entrega cristiana pues el fin es la Gloria de Dios y el premio, la Vida Eterna.

“Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. No sólo San Agustín, sino todos los santos anhelan la plena unión con Dios que únicamente se da después de la muerte. “Que muero porque no muero” (Santa Teresa); “No muero; entro en la Vida” (Santa Teresita de Lisieux)... Vista desde la fe, la muerte no es la suma desgracia que nos venden los medios de comunicación, sino un paso necesario a otra vida justa. La única desgracia es el pecado y la falta de arrepentimiento, que provoca que la balanza de la justicia se incline desfavorablemente. Pero si, advertidos sobre esto, nos esforzamos de verdad en Amar cada día y pedimos un arrepentimiento sincero “con temor y temblor” que nos introduzca de lleno en la Misericordia de Dios, la vida tras la muerte, lejos de amedrentar, nos inflama en esperanza y en fuerzas para sobrellevar las contrariedades de la vida terrena. Pensar en el abrazo divino que “ni ojo vio ni oído oyó” porque nadie sabe “lo que Dios ha preparado para los que Le aman” es lo que nos hace pronunciar cada día el “venga a nosotros tu Reino” en el Padrenuestro. Y como frágiles criaturas le pedimos a nuestra Madre muchas veces al día que ruegue por nosotros “...en la hora de nuestra muerte”.



Mª Luisa Pérez

No hay comentarios: