jueves, 2 de octubre de 2008

UN SÍ COHERENTE A LA VIDA HUMANA (REFLEXIONES SOBRE EL ABORTO



Hay dos situaciones en el recorrido de la vida humana que sirven de contraste para apreciar cómo se valora la dignidad de la persona: el ser humano en gestación y el ser humano en el último tramo de la vida. En el seno materno el ser humano como embrión y feto es sumamente frágil e indefenso y el ser humano con enfermedad grave e irreversible es también sumamente débil y dependiente. Cuando decimos un sí inequívoco a la vida humana en estas situaciones es un indicio de que se respeta coherentemente a la persona en su dignidad. La calidad de la vida humana no se mide tanto por el vigor, la capacidad de movimientos y la lucidez mental cuanto porque es la vida de un ser humano, de una persona.

Es motivo de tristeza y preocupación que nuestras sociedades hayan aceptado socialmente el aborto, se practique masivamente (más de cien mil abortos cada año en España; de otra manera, aproximadamente los habitantes de Baracaldo), e incluso se reivindique a veces como un derecho. El aborto no es una cuestión sólo política, aunque a los parlamentarios corresponda legislar sobre la defensa de la vida humana; ni es una cuestión meramente religiosa y católica; el aborto es una cuestión de ética fundamental, cuya gravedad la razón y el corazón de todos los hombres pueden percibir. No se necesita ser creyente para comprender que eliminar voluntariamente un ser humano en gestación es una acción muy grave. Llama la atención cuántos eufemismos y subterfugios se han acuñado para no mirar de frente a las cosas y no llamarlas por su nombre.

La ciencia con argumentos cada vez más numerosos e irrebatibles sostiene que con la fecundación comienza la vida de cada individuo de la especie humana, que desde la misma concepción se va configurando el destino biológico del nuevo individuo, que desde los primeros instantes el desarrollo es la activación de un programa específico y único. Es un intento insostenible querer fijar el comienzo del nuevo ser, por ejemplo, en el momento de la implantación del óvulo fecundado en el útero materno o a partir de la viabilidad del feto fuera del seno materno, como se ha dicho últimamente, para modificar la valoración ética de la intervención que corta la vida del que va a nacer. No hay solución de continuidad desde la concepción hasta la muerte; el mismo individuo va recorriendo diversas etapas dentro y fuera del seno materno.

La madre, que no se siente con fuerzas o se resiste a llevar a término la gestación, debe ser ayudada; no debe ser dejada sola a su suerte ni durante el embarazo indeseado ni con la responsabilidad del niño recién nacido ni con el peso de un eventual aborto. La sociedad debe prestarle la ayuda conveniente. Puede dejar su hijo en otras manos, puede ser adoptado; pero la madre no tiene derecho a eliminarlo. Albergado en su vientre debajo del corazón y particularmente confiado a ella, no es un tumor de su cuerpo, sino un individuo diferente; es un ser humano que tiene el derecho fundamental a la vida.

La fe potencia la razón para ver con mayor claridad y hondura la verdad de las cosas; pero la misma razón sabe de qué se trata en un aborto provocado. También al niño en gestación Dios le dice: tú eres mi hijo; y Jesucristo nos dice ante este ser humano débil e indefenso: “Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). La dignidad de la persona humana es reforzada si reconocemos que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios; pero también la razón descubre la misma dignidad básica de todo ser humano.

El respeto de la mujer encinta y del ser humano que está gestando es un buen referente para valorar la dimensión ética de las personas y de la sociedad. Una mujer gestando vive en estado de buena esperanza y un niño recién nacido acrecienta la vitalidad de la sociedad. El aborto voluntario, en cambio, es un fracaso, una injusticia grave y una quiebra moral. ¡Que la cultura reconozca pronto que el aborto se ha abierto camino en la sociedad debido a un ofuscamiento ético!

Bilbao, 22 de septiembre de 2008

X Mons. Ricardo Blázquez
Obispo de Bilbao

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